16 enero 2014

El ciclismo de ataque debe regresar a las carreras

Por Asier Bilbao

Duelo de titanes en el Alpe d'Huez, Tour 1986
En nuestras salidas en bicicleta siempre comentamos el buen ciclismo y las grandes batallas que pudimos presenciar en los Tours, los Giros y en menor medida las Vueltas de los años 80 y 90. Y la falta de épica del insípido y aburrido ciclismo que padecemos en la actualidad. Incluso el mejor aficionado puede estar viendo una carrera por TV o internet y al mismo tiempo estar tranquilamente dedicándose a otras tareas, ajeno a lo que ocurre en la pantalla. Porque, aunque desee todo lo contrario, sabe que hasta los últimos kilómetros nada trascendente va a pasar. Porque sabe que en el ciclismo moderno, excepto en algunas de las grandes clásicas, todo es monotonía y previsibilidad. Y esto ocurre hasta en las etapas de alta montaña.

A la hora de publicitar un deporte la mejor herramienta es ensalzar los duelos que en él se producen. En este sentido no hay otro deporte tan generoso como el ciclismo a la hora de provocar clímax de leyenda, de generar auténticos duelos al sol. Antes los ases de la carretera se desafiaban en escenarios majestuosos. Y de esos desafíos surgía un Campeón. Los mejores se retaban y se medían cara a cara, atacándose y defendiéndose a cara de perro en enfrentamientos directos. Las situaciones de carrera fluctuaban de manera continua. Cada carrera se podía decidir en cualquier sitio y en cualquier momento. Y el factor riesgo y las variables fuera del control eran muy variadas.

Pero el ciclismo ha cambiado. Hoy en día estos factores de riesgo y variables se han atenuado y hacen que el ciclismo esté más igualado. Las carreteras, las bicicletas y la alimentación son mejores, los métodos de preparación se han vuelto más eficaces, los avances tecnológicos hacen que los esfuerzos estén más controlados. Ya no se ven los espectáculos de antaño; o es más difícil verlos. Hasta finales de los años 90 la gente se divertía durante horas y horas viendo carreras ciclistas. ¿Por qué ahora el ciclismo no tiene el seguimiento y las audiencias de aquella época? Pues porque el público se aburre.

La Unión Ciclista Internacional, las federaciones nacionales, los organizadores de carreras, los directores, los corredores y hasta las televisiones deberían preguntarse qué hecho diferencial provocaba que el ciclismo gustase tanto hasta hace 15 años y no guste tanto ahora.

Cambios en la reglamentación
En muchos deportes se producen habitualmente cambios en la reglamentación con el único propósito de proporcionar un mayor espectáculo a los espectadores. Lo vemos habitualmente en deportes de masas como el futbol, el baloncesto, la Formula-1, etc. En el ciclismo ocurre todo lo contrario: UCI, equipos, directores deportivos, ciclistas y organizadores parece que se pusieron de acuerdo para que el espectador se duerma cada vez más fácil viendo el deporte del cual viven todos ellos. Los directores piden, los corredores se quejan, la UCI reglamenta y los organizadores programan... ¡para que el ciclismo sea cada vez más aburrido! Esto es inaudito.

Las medidas que convendría tomar para mejorar el espectáculo en las pruebas ciclistas deberían ir encaminadas a recuperar y aumentar la diversión de los espectadores; en calidad y cantidad (más tiempo de espectáculo por etapa). A continuación proponemos varias medidas que creemos se deberían adoptar para recuperar aquel ciclismo que nos enganchó al más bello de los deportes de competición.

Reducción del número de corredores por equipo
Equipo Radioshack ejerciendo el ciclismo-control
El conocimiento y el estudio de los datos del esfuerzo y los años de experiencia competitiva han hecho que los lideres cada vez se escondan más tras un séquito de gregarios-guardaespaldas que los libran de realizar esfuerzos baldíos, labor que también es realizada por los gregarios adversarios. La acción colectiva se ha vuelto tan sofisticada y eficaz que ahora es casi imposible poder ver a las figuras mostrarse de manera individual durante mucho tiempo. Sólo bajo condiciones de dureza extrema o situaciones de carrera cada vez más esporádicas se puede ver a un capo enfrentarse a otro sin la intromisión de la acción de los gregarios, los verdaderos asesinos del espectáculo ciclista. Haciendo un símil, es como si en las corridas de toros ya no fuera el torero sino los subalternos, banderilleros y picadores los que centraran el espectáculo.

Y esto es justo lo que se debería erradicar para ver carreras más vivas e intensas. Eliminar toda forma de competición que se base en el esfuerzo calculado y medido al milímetro; sin factores sorpresa y de riesgo, en la que los líderes corran en todo momento rodeado de gregarios. En definitiva, potenciar las vías para que los ases de la carretera vuelvan a enfrentarse en duelos cara a cara durante el mayor tiempo posible.

Este es en nuestra opinión el punto más importante para devolverle la emoción y el interés al ciclismo. Es absolutamente necesario que dejen de existir los equipos potentes, estilo Sky o Us-Postal, que bloqueen las carreras e impidan el ciclismo de ataque de los pocos valientes que puedan quedar en el pelotón actual. Debería recortarse drásticamente el número de corredores por equipo, tanto en pruebas por etapas como en carreras de un día. Para dificultar premeditadamente el control del lote por parte de los equipos más fuertes. Para potenciar el ciclismo de ataque y desmotivar el ciclismo-control que tanto daño hace al espectáculo ciclístico. Reducirlo a 6 o 7 unidades nos parece el número ideal. Los favoritos tendrían menos gregarios en los que apoyarse, habría más equipos en busca de protagonismo y por tanto las carreras serian más incontrolables. Así, todos los equipos que quisieran defenderse deberían usar el ataque como mejor estrategia.

El mejor ejemplo de a lo que nos referimos son las pruebas de ciclismo fondo en ruta de los Juegos Olímpicos, donde los recorridos generalmente apenas tienen dificultades, pero el máximo de corredores permitidos por selección es de 5 componentes. Este pequeño detalle origina que en las Olimpiadas sea muy difícil, casi imposible, ejercer el control por parte del lote. Lo que siempre ha dado lugar, desde Atlanta 1996 hasta Londres 2012, a pruebas sin favoritos claros, abiertas y muy movidas. Las “matemáticas” son sencillas: poco control = carreras más locas = ciclismo de ataque = mayor espectáculo = mayor entretenimiento por parte del público.

El peligro de aplicar esta reducción del número de corredores por equipo estaría en que podrían aumentar los casos de mercenarios que, individualmente o por equipos, vendieran sus servicios al mejor postor. Pero ese es un riesgo inevitable que sucede hasta con 9 corredores con equipo; como pudimos ver en los evidentes episodios de Luciano Loro trabajando para Stephen Roche en La Plagne-Tour 1987, Iván Ivanov para Perico Delgado en Navacerrada-Vuelta 1989, o Mauricio Ardila para Paolo Savoldelli en Finestre-Sestriere-Giro 2005. Pero estos casos siempre han sido parte del ciclismo profesional.

Prohibición en carrera de potenciómetros, pulsómetros y pinganillos
Chris Froome atento a las indicaciones de su SRM
Los adelantos, tanto en materiales, como tecnológicos y farmacológicos, han influido negativamente en el espectáculo ciclístico que presenciamos. Este “progreso” ha traído como consecuencia que las carreras sean cada vez más controladas. El ciclismo se volvió aburrido y previsible. Se podría saber de antemano quien va a ganar con tener los datos sobre las analíticas médicas actualizadas de los corredores al principio de cada prueba. Ahora solo ganan el mejor contra el crono, el más fuerte en los últimos kilómetros del último puerto y el más rápido en el embalaje. Todas las demás “especies” de ciclistas, excepto los gregarios, están “en peligro de extinción”. Ya no existen por ejemplo los especialistas en sorprender al lote en los últimos kilómetros de una etapa plana, como lo fueron los legendarios Bert Oosterbosch, Jelle Nijdam, Frans Maassen, Viatcheslav Ekimov o Pepe Recio.

Por si fuera poco estos adelantos eliminaron la ventaja de los corredores más listos que sabían leer las carreras. Ya no cuentan la inteligencia, el sacarle partido a las circunstancias cambiantes, la ambición que lleva a no conformarse con obtener un buen puesto. Ya no quedan corredores capaces de tomar la iniciativa por su cuenta, porque ahora todos reciben constantemente instrucciones de sus directores a través de los pinganillos o radio-transmisores; convirtiéndolos en una especie de ciclistas-robot.

Los errores humanos y el factor sorpresa deberían regresar a las carreras, para hacerlas más emocionantes y atractivas para el gran público, el aficionado ocasional y el de toda la vida. Nos gusta que haya errores en el ciclismo, que los directores y corredores se equivoquen. Y también nos gusta que puedan vencer otros ciclistas distintos a los mejores físicamente. Los que son más valientes, o más inteligentes, o que manejen variables tácticas que sorprendan a sus rivales, o que tengan mayor dominio de los descensos, CR-Individuales técnicas, etc. Porque le dan mayor vistosidad y variedad a las carreras.

Por esto creemos que deberían desaparecer los pinganillos en carrera, para que las repetitivas ordenes de “controlar y esperar” de los directores deportivos dejen sitio a la improvisación y el instinto de los corredores. Con las charlas tácticas por la mañana en el hotel a la hora de diseñar las estrategias debería ser suficiente.

También creemos que se debería poner limitaciones a algunos adelantos tecnológicos en las competiciones. Abogamos por la prohibición total en carrera de cualquier aparato, como potenciómetros –SRM- y pulsómetros, que pudiera suministrar información de cómo va el cuerpo de los ciclistas, para que estos deban volver a guiarse por sus propias sensaciones. Potenciómetros y pulsómetros son actualmente herramientas necesarias para realizar unos entrenamientos de calidad de cara a alcanzar una óptima forma física. Pero produce tristeza observar al mejor ciclista de la actualidad estar en todo momento más atento a los datos que le indica su SRM que a la carrera en sí; pareciéndose, más que a un ciclista, a un Robocop o un Terminator T-800, esperando el momento en que ese aparato le indique cuando y cuanto puede acelerar.

No es que suprimir estos artilugios fuera a hacer más valientes a los corredores de un día para otro. Pero tendríamos más posibilidades de presenciar errores tácticos que provocarían situaciones de carrera interesantes, como ocurrió en el último Mundial (donde está prohibido el uso de pinganillos) con la selección española. Seguro veríamos carreras más descontroladas y vivas. Es posible que tardásemos varios años en verlo, los que harían falta para que toda una generación de ciclistas que ha crecido y competido con una voz en el oído que les dice lo que tienen que hacer en cada momento se acostumbrase a correr por sensaciones e impulsos, como ocurría antes.

Supresión de la importancia de los Puntos-UCI
Otro punto que no nos gusta es la importancia que tienen los puntos-UCI en la actualidad. Ya no se corre para ganar carreras o etapas. Se corre para conseguir un buen puesto. Se corre para ganar puntos-UCI. Es mayor el miedo a perder un puesto que las ganas de ganar carreras. Este triste puestometrismo fomenta de manera evidente el conservadurismo de los corredores y equipos. Lo que hace disminuir de manera automática y casi a su mínima expresión, el espectáculo del ciclismo de ataque.

La “creación de la necesidad” de estos puntos-UCI para los equipos World-Tour no son más que un invento perverso pensado para convertir el ciclismo en un mercado donde se mueva el dinero, a imagen y semejanza de lo que ocurre en el futbol. Para que de esta manera los managers o representantes de los ciclistas se lleven su buena parte del “ponqué” a la hora de los necesarios fichajes que los equipos necesitan para mantenerse dentro de la élite del World-Tour. Estas normas de los puntos-UCI las impuso la Unión Ciclista Internacional durante el mandato del ex-presidente Pat McQuaid, cuando (casualidades de la vida) uno de los más significativos de estos managers de cotizados corredores es hijo del propio McQuaid.

Los puntos-UCI deberían suprimirse. Desaparecer. O en su defecto, anular por completo su importancia para los corredores y equipos. Que solo quedaran como testimoniales, para crear un ranking y saber cuáles son los mejores durante y al final del año. Para que los auténticos protagonistas del ciclismo dejen de estar preocupados en sumar estos puntos y centren todos sus esfuerzos únicamente en lograr las victorias.

Para las clasificaciones de los corredores y equipos solo deberían tener valor las victorias cosechadas; cada una con su puntuación según la importancia de la prueba. Con la intención de fomentar el ciclismo de ataque y los ciclistas ambiciosos y no-conformistas. Y que el segundo puesto sea visto de nuevo como lo era antes: como el primero de los perdedores. Honrosas excepciones fueron las lágrimas de dolor e impotencia ante la derrota de Sep Vanmarcke en la París-Roubaix y Purito Rodríguez en el Mundial de Ruta de la temporada pasada. Así debería ser siempre: solo se vale llegar el primero, levantar los brazos, vencer.

Recorridos variados y atractivos
Descenso técnico entre bellos paisajes dolomíticos
Las pruebas ciclistas por etapas, sean de una, dos o tres semanas, deberían ser como el Decathlón en el atletismo. Deberían tener recorridos completos para que se destacaran los ciclistas completos. Fracciones realmente equilibradas que den opción a ciclistas de todas las características. El ciclismo en ruta no se limita a la montaña. Sin duda, la montaña es espectacular. Hay que saber subir puertos cortos y largos, cuestas de pendientes medias o de rampas duras. Pero también hay que dominar los descensos técnicos, las cronos largas, cortas, técnicas, planas, quebradas, de montaña. Hay que dominar el plano, el viento de costado, las contra-reloj por equipos, etc.

Como ya dijimos en un anterior artículo creemos necesario huir de los recorridos monótonos y programar siempre unas fracciones lo más atractivas y variadas posibles, bien diseñadas e intercaladas, tanto en perfiles como en distancias, que den oportunidad a que puedan destacar distintos tipos de corredores. Etapas cortas explosivas y largas de gran fondo; etapas de media y alta montaña con finales en alto y en descenso. Planas para embalajes, con repechos, con trampas, con muros de rampas de 2 dígitos, sterrato, pavés, circuitos... A ser posible, siempre entre paisajes bonitos. La bandeja paisa es muy rica, pero todos los días cansa. En la variedad está el gusto. En el menú del ciclismo también debería haber sancocho de gallina, cocido boyacense, mote costeño, ajiaco de pollo, mamona y chigüiro a la llanera, lapingachos y cuy, arepas y empanadas de todo tipo, buñuelos, natillas, arequipe...

En todas las pruebas por etapas debería existir un contra-reloj larga de entre 50 y 60 kilómetros antes del bloque de fracciones de montaña. Da igual si las cronos son planas, quebradas o con final en alto. Pero que hicieran diferencias, que abrieran tiempos en la general. Para que los perdedores tuvieran que pasar a la acción en las siguientes etapas para recuperar el tiempo perdido.

Y a continuación siempre debería programarse una verdadera etapa reina de alta montaña de 210-230 kilómetros que premie a los corredores de fondo. Con buenos encadenados de puertos, estilo Morzine 83, Val-Louron 91, Sestriere 92, Aprica 96 o Val di Fassa 2011. Una etapa que nos tuviera enganchados al televisor o al computador durante horas; con ataques y contra-ataques, persecuciones, grupos pequeños, desfallecimientos, recuperaciones y diferencias en meta. Un día que podamos recordar con emoción al cabo de los años.

Con un cambio de mentalidad no serían necesarias
¿Alguien se atreverá a desafiar la dictadura-Sky en 2014?
Por supuesto, sabemos que los directores y ciclistas están totalmente en contra de que se pueda adoptar por parte de la UCI una sola de estas medidas. Porque esto les dificultaría y les haría más incomoda la vida. En vez del repetitivo “controlar y esperar” deberían comenzar a pensar por su cuenta y a tomar decisiones. En definitiva: arriesgarse a acertar con la posibilidad de equivocarse. Eso es lo que no desean directores y corredores: perder el control de su ciclismo-control. Y es precisamente todo lo contrario lo que el público desea ver.

Estas medidas que proponemos, encaminadas a aumentar el espectáculo ciclístico, no harían falta si los corredores y directores cambiaran su actitud conservadora, olvidaran sus comodidades y miedos a perder, tuvieran un cambio en su mentalidad y mostraran más ganas, valentía e interés por ganar que por mantener sus clasificaciones. Para comprobar esto solo tenemos que mirar lo mal diseñados que están los recorridos de la Vuelta a Colombia, y las batallas que se organizan en cualquier repecho y los vuelcos que se dan en la general en etapas en teoría intrascendentes. Por fortuna aún nos quedan las carreras colombianas para recordar de vez en cuando en qué consiste eso del ciclismo épico. Pero por desgracia cada vez se ve más esporádicamente. Y no queremos que se pierda esa manera de correr.

Queremos volver a ver buen ciclismo, ciclismo auténtico, ciclismo épico, con lucha constante, en donde hasta en las etapas llanas pueda haber bonitas batallas en pos de la victoria. ¿Se imaginan que un buen día se atreva algún organizador con alguna de estas propuestas y producto de estos cambios en la reglamentación salgan etapas y vueltas que sean recordadas durante años, con las audiencias “enganchadas” porque los ciclistas salen todos los días a pedalear con los cuchillos entre los dientes? ¿Qué harían los demás organizadores de carreras?

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