Por Gustavo Duncan
Los inicios de un escarabajo
Los inicios de un escarabajo
Mi apodo de ciclista era “cebollita”, pero yo no era de
Aquitania, la tierra de la cebolla en Colombia. Yo soy de Sogamoso. Lo que pasó
fue que mi padre, a quien le gustaba el ciclismo, se había aburrido de
patrocinar a sus hijos por los pobres resultados de mis hermanos mayores.
Entonces a mí me tocó probar suerte en equipos regionales. Un equipo de
Aquitania me dio la oportunidad. Por eso todos pensaban que era de allí.
Las cosas se me dieron bien en las carreras juveniles y pude
fichar con CAFAM que era el equipo sub23 del Café de Colombia. Era un orgullo
estar en el equipo de Lucho Herrera y de Fabio Parra en esa época. Pero también
tenía sus desventajas. En ese entonces no podíamos siquiera imaginar correr
para nosotros. Debíamos trabajar para los corredores élites. Obedecíamos
ciegamente las instrucciones de nuestro técnico.
En 1985 corrí la
Vuelta a Colombia por primera vez. No había cumplido los
veinte años. Como siempre trabajábamos para Lucho. Un día Miguel Ángel
Bermúdez, el presidente de la Federación Colombiana de Ciclismo, me pregunto
por qué nunca atacaba en la montaña si era tan bueno subiendo. Le expliqué que
mi labor era solo ser gregario. Me dijo entonces que no importaba, que él
respondía por mi decisión, que atacara y ganara la etapa. Ese día llegábamos a
Manizales en plena subida de primera categoría. Ataqué al inicio del puerto
junto a un grupo de corredores. A medida que la cuesta se iba haciendo más dura
los fui dejando clavados. Al entrar en los dos kilómetros finales, donde está
lo verdaderamente duro del puerto, me alcanzó Alirio Chizabas que había saltado
del lote del líder. Como había tanta gente en la cuneta Chizabas pensó que me
había rebasado. Faltando cien metros esprinté por sorpresa y gane la etapa. No
podía creerlo había ganado una etapa de la Vuelta a Colombia.
Gregario de lujo en la Vuelta a España victoriosa
de Lucho Herrera
En 1987 me seleccionaron para correr la Vuelta a España. No estaba
en mis planes, pero los corredores titulares se habían lesionado o no estaban
en forma. No era una buena noticia porque la Vuelta en ese entonces era en abril y mayo,
cuando el clima era todavía demasiado frio y lluvioso para nosotros los
colombianos. Aunque no estaba en mis planes tocó ir. Lucho iba originalmente a
hacer kilómetros y probablemente no terminaría la carrera.
En la primera llegada en alto (Grau-Roig) el técnico Rafael
Antonio Niño nos ordenó atacar. Yo salté junto a Patrocinio Jiménez para marcar
a Vicente Belda del Kelme. “El viejo Patro” no demoró en recriminarme por el
paso que ponía en la subida. Me imagino que le enfurecía que un compañero de
apenas 21 años lo pusiera en aprietos. Para no oír más sus insultos apreté el
paso. Quedamos solos Belda y yo. Luego Lucho apareció de atrás como un fantasma
y se fue con Belda. Ese día llegué quinto en la etapa. Como durante la primera
semana Lucho perdió alrededor de medio minuto en un corte al final de una etapa
plana me convertí en el mejor colombiano en la general. Era séptimo a 2:21 de
Kelly.
Al día siguiente venia la etapa de Cerler con llegada en premio
de montaña de fuera de serie. Mis expectativas eran enormes. La gente en
Colombia no comprendía lo competitivo y agresivo que se corría dentro de un
pelotón ciclista. Antes de cada subida tocaba pelear a codazo y a cuneta limpia
para estar en la parte de adelante del lote. Si se empezaba a subir retrasado
no había manera de adelantar a quienes se rezagaban. Tocaba perseguir el resto
de la etapa y el gasto de energía era enorme. De hecho se sentía un verdadero
descanso cuando empezaba la subida luego de haber derrochado fuerzas en el
plano para estar adelante. El día de Cerler Lucho me mandó a buscarle un bidón
al inicio del puerto. No entiendo por qué lo hizo. Apenas me retrasé a esperar
al coche del equipo comenzaron los ataques. Ese día los escaladores demarraron
desde abajo para distanciar a Kelly. Cuando finalmente pude volver a alcanzar
al lote no tenía fuerzas para seguir con los de adelante. Cubino ganó y yo
llegué a 3:16. Ahora debía ser exclusivamente un gregario de Lucho.
En los Lagos de Covadonga Lucho tomó el liderato, lo perdió en
la contrarreloj y en la etapa siguiente debíamos recuperar la camiseta amarilla
camino de Ávila. Durante toda la etapa estuvimos atacando a Dietzen quien era
la principal amenaza luego de que Kelly se retirara. Recuerdo que en la última
subida Lucho me dijo que apretara. Progresivamente fui acelerando el paso hasta
que Lucho atacó. Me hice a un lado para ver el reguero de ciclistas que
habíamos dejado. Nunca se me olvidara la cara de odio que me hizo Perico
Delgado cuando pasó al lado mío. Y eso que Perico fue uno de los ciclistas más
simpáticos con los que corrí en Europa. El resultado al final no pudo ser
mejor: Lucho fue Campeón y al final yo me clasifique noveno en la general. Con
solo 21 años sentía que estaba para grandes cosas en Europa.
Victoria con sabor agridulce en la etapa reina de la Dauphine Liberé 87
La oportunidad llegaría esa misma temporada en el Dauphine
Liberé. Los celos entre los compañeros de equipo también eran parte de la
competencia. Recuerdo que en la primera etapa de montaña me sentí muy bien y
abuse de mis fuerzas en la primera parte. Luego en la última subida tuve
pésimas sensaciones. Le comenté a mi compañero Omar Neira que iba justo.
Enseguida arrancó llevándose a rueda a Charly Mottet. Llegué a meta en un
segundo pelotón a más de un minuto, lo que al final me costaría el título de la
carrera.
En la siguiente etapa de montaña me sentí aún mejor, pero esta
vez no quería cometer el mismo error de derrochar mis fuerzas. Le dije a Omar
Neira lo mismo, que iba reventado. Y lo que es la suerte, esta vez me dijo que
él también iba fundido. Apliqué la misma estrategia con “el tomate” Agudelo y
los demás compañeros del equipo. Pero todos iban justos. Nadie me iba a hacer
el favor de romper la carrera. Entonces ataqué en todos los puertos para
seleccionar el lote. En el penúltimo puerto, que era una de las subidas de
Europa más dura que recuerde (Col de Glandon), coroné solo y en el descenso me
alcanzaron Mottet, Claveyrolat, Roux y Pensec. La carrera venía totalmente rota
al pie de la subida final, un puerto de segunda categoría (Val Frejus). Allí
aceleré hasta meta sin que nadie pudiera seguirme. Al final las diferencias
fueron enormes. Solo Mottet pudo entrar a menos de un minuto. Roux, que aguantó
conmigo hasta el último puerto, fue quinto en la etapa y perdió 4:57. Si no
hubiera sido por las diferencias de la primera etapa de montaña le hubiera
ganado ese Dauphine a Mottet.
El frío y lluvioso Giro del 89
En 1989 fui gregario de Lucho en el Giro de Italia. Además de
ayudarle en la carretera yo le servía de espía a Lucho para saber que piñones montar.
Le preguntaba a Roche con cual relación iba a subir hoy y Lucho usaba uno o dos
piñones menos. Le ayude a romper la carrera hacia Las Tres Cimas de Lavadero,
donde ganó y sacó un minuto de ventaja a Fignon y a Breukink. Llegué noveno en
esa etapa.
Pensábamos que al día siguiente, con los pasos de Giau y
Marmolada, íbamos a sentenciar la carrera. En cambio tuvimos uno de los días más duros que recuerde en bicicleta. Recuerdo que coronando un puerto comenzó a
nevar como nunca había visto sobre una bicicleta. Hacía tanto frio que mis
dedos se durmieron y debía frenar con todo el puño de mis manos. Un ciclista
europeo me aconsejó que golpeara mis dedos contra el manubrio para que
despertaran. Luego sucedió algo aún más dramático. La nieve y el agua se congelaron
sobre mi chapa de piñones y cuando cambiaba de velocidad la cadena se
resbalaba. Seguí usando un solo cambio hasta que vi a un ciclista suizo, creo
que era Pascal Richard, que estrujaba su bicicleta contra el asfalto para
sacudir el hielo de sus piñones. Cuando terminé la etapa me encontré con los
dos compañeros del equipo que habían llegado antes que yo. Estaban cubiertos
con pesadas mantas y tomaban alguna bebida caliente. Al verme se rieron de mí.
Yo los increpé, pero luego, cuando estaba igual que ellos sentado y abrigado y
vi entrar al próximo corredor del equipo entendí sus risas. Estaba
irreconocible por el barro, la nieve y la lluvia. Él también se enojó. Pero
igual se iba a reír del próximo que llegara.
Decepción en el paso a Europa: los cambios en el
ciclismo y el fichaje por el Carrera
Tenía entonces menos de 25 años y pensaba que era hora de asumir
funciones de líder. Me veía ganando carreras en Europa. Pero el ciclismo iba a
cambiar radicalmente con el doping. De repente, muchos patacones, como solíamos llamar a los ciclistas del montón,
comenzaron a dejarnos regados en la montaña. En el plano se iba a velocidades
asombrosas. En una ocasión en una etapa absolutamente llana, sin siquiera un
puente, mi velocímetro alcanzó a marcar 80 kilómetros por
hora. No podía creerlo y le pedí a varios compañeros que me mostraran el suyo.
Todos marcaban la misma velocidad.
Recuerdo que en un Giro de Italia en que iba rezagado en uno de
los puertos iniciales de la etapa, Dimitri Konyshev, quien era un esprínter le
dijo a otro ciclista en italiano: -“Mira
a este colombiano. Hace un par de años nos humillaba en la montaña y ahora a
duras penas puede subir con nosotros”-. No sabía que yo entendía italiano.
Le respondí: -“Prefiero ir de último
limpio, que ganar y luego estar postrado en la cama de un hospital”-.
Konyshev me dijo que tenía razón, que el ciclismo estaba podrido.
Por más que me esforzaba no podía ganar. Pero mis esfuerzos me
sirvieron al menos para ser fichado por el Carrera de Chiappucci y Pantani. Era
increíble como andaban en esa época. En una ocasión entrenaba con el
Chiappucci. Luego de 200
kilómetros fuimos a almorzar. Era increíble la cantidad
de comida que tragaba. Cuando terminó me dijo: -“Hey cebollita… ¿otros cincuenta kilómetros?”-. Yo le dije que
estaba loco.
En 1992 me decepcioné de correr en Europa. Estaba aburrido de
encontrarme humillado por ciclistas que iban atiborrados de EPO mientras yo,
que iba limpio, no tenía oportunidades de ganar nada. Más rabia me daban las
críticas de ciertos comentaristas colombianos que no eran capaces de comprender
los cambios en el ciclismo con las nuevas formas de doping de principios de los
noventa. No fueron capaces de explicarles a los aficionados colombianos porqué
nuestros ciclistas ya no rendían como los tiempos de Lucho y Parra. Nos
acusaban de ser perezosos, de habernos aburguesado. Nada más injusto.
Regreso al ciclismo colombiano
Duré un año sin tocar la bicicleta de la decepción tan grande
que sentía. En 1994 regresé a correr, pero solo en Colombia. No quería saber
nada de Europa. Me costó adaptarme pero finalmente volví a ser competitivo. Gané numerosas etapas y la vuelta al Tolima corriendo por el
equipo Gaseosas Glacial.
En 1995 estuve a punto de obtener mi mayor victoria en Colombia.
Fui líder del Clásico RCN hasta la penúltima etapa, que era la misma
contrarreloj entre Paipa y Tunja que ganó Induráin en el Mundial. Mi principal
rival estaba en mi mismo equipo, Raúl Montaña. En ese entonces era considerado
la nueva esperanza del ciclismo colombiano. Al final perdí la general por 38
segundos.
Recuerdos de grandes campeones: Pantani, Fignon y
Delgado
Pantani era una gran persona. Yo lo conocí cuando recién llegó
al Carrera. Con el primer sueldo compró el último carro de moda. Yo bromeaba
con él y le decía: -“Qué pasa con ustedes
los tipos pequeños, que siempre andan en carros grandes”-. Chiappucci y
Pantani eran muy sencillos. Durante el Mundial de Duitama me acerqué a su hotel
a saludarlos. Mientras discutía con el portero para que me dejara entrar
escuché a Pantani gritar mi nombre. Me saludó con un fraternal abrazo y me
dijo: -“Yo leo los periódicos en Italia y
me encuentro que siempre Cárdenas primero”-. No era nada en comparación con
lo que Pantani había ganado ya.
Otros ciclistas que recuerdo por ser muy buenas personas eran
Fignon y el Perico Delgado. Cuando Rondón corría en el Gatorade le pregunte que
tal las relaciones con Fignon, que hablaba tan mal de los colombianos. Él me
dijo que curiosamente era uno de los mejores compañeros que había tenido. No le
creía hasta que una vez me tropecé con alguien en el pelotón. Cuando volteé mi
cabeza me di cuenta que era Fignon y pensé que eso iba para pelea. Le pedí
disculpas y ese día nos fuimos charlando hasta el final de la etapa. Nos hicimos
amigos de pelotón. Su muerte me pesó.
Perico era un caso especial. Creo que ha sido el ciclista con
mayor simpatía en el pelotón que he conocido.
Echando una mirada atrás
En retrospectiva me siento frustrado por haber hecho parte de
una generación de ciclistas colombianos que no brilló como hubiera podido por
la explosión del EPO. Éramos los llamados a reemplazar a Lucho y Parra. Pero
así existan recuerdos tristes, muchas de las alegrías en mi vida se las debo al
ciclismo. Ahora tengo mi propio almacén de bicicletas en Bogotá. Me da lo
suficiente para llevar una vida muy cómoda y disfrutar de mí familia.
Ojala volvamos a Europa con un equipo ciclista como lo hacíamos
en los ochenta con el Café de Colombia. Creo que ahora hay una nueva
oportunidad con los controles al doping. No es casual que nuestros ciclistas
vuelvan a estar al frente del lote en las subidas de Europa como lo hacían en
los ochenta.
Tiene toda la razón el "Cebollita", no es casual que nuestro ciclismo vuelva a reverdecer los laureles de los años 80. El doping de los Europeos nos privó de muchos triunfos en la década del 90.
ResponderEliminarla foto de inicio de esta nota no es de cebollita sino de patrocinio, serìa bueno corregir.
ResponderEliminarla foto que acompaña el inicio de esta nota no es de cebollita sino de patrocinio, hay que cambiarla para no confundir a los lectores.
ResponderEliminarLos felicito por este tipo de entrevistas. Deberían seguir con cada uno de los integrantes del café de colombia de esa época.
ResponderEliminarGracias cebollita Cárdenas por toda la alegría y orgullo que nos brindo.